Felpudo de llegada

 Este muro iluminado por una cerilla y que algún día dejará de estarlo. Lo sé, en algún momento se apagará. Ya se está resistiendo. Esta es mi frontera, la que me enlaza a la gente y a nadie. También la que me separa.  Aquí soy lo que digo y a la vez lo distorsiono convirtiéndome en mi peor obra de ficción. Aún así, aquí hay un pequeño pedacito de mí que nadie conoce y que dejo aunque no se sepa lo que es verdad y lo que es mentira. Sin embargo me estoy exponiendo, eso es algo que nunca me ha gustado,  pero guardarlo para mi solo me pesa. Además lo acabaría suavizando como me pasa con el dolor. Esto es parte de mi memoria, de mi historia y de la (des)romantización de mi vida. He pasado de decorar la tristeza a abrazarla y aquí he crecido. Aunque haya sido por necesidad. 

Esta introducción la escribo años después cuando ya no sé quién soy, tras haberme perdido mil veces y las que me quedan. He encontrado muchas cosas y puntos que no se correspondían a los de salida y me alegro. Me alegro que no hayan sido los mismos y de haber llegado a lugares que desconocía. De haber conocido a personas que traspasaran la línea de desconocidos a quasiconocidos y al revés. He aceptado que no hay nada estático, ni siquiera los finales lo son. Escribo esto mientras sigue pendiente la novela que empecé. La voy a acabar. Entre tanto aquí dejo  pedazos de mi que no enseño. Mis gritos porque vengo a eso: a soltar lo que callo. Sin dejarme la voz y sí las palabras. Lo que significan. Vengo aquí, a esta nada, para deshacerme y continuar.

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