Herencias

Su madre, tu madre, tú, madre y yo, hija. No sé si algún día, seré yo, madre pero siempre seré hija, tuya.
Me has dado todo lo que soy, me diste cuerpo y forma. Me hiciste mujer y sigo siéndolo, por decisión. Soy tu criatura. Tu creación. De papá tengo su nariz, su boca, misma nariz y boca que mi abuela, su madre. Tengo su carácter y otras rarezas, manías e ideas.  Su excentricidad. Ecléctica. Aunque para muchos, soy andrógina como un cuadro de Dante Gabriel Rosetti.
 
Tú, madre, me has dado tu forma de sentir. Siento que en eso soy bastante tuya, tus nudos viscerales en los que se mueven las emociones se trenzaron en el cordón que me ató a ti. Por eso, sé cosas de ti inexplicables que no se aprenden, se dan. Reniego a menudo del espejo que no soy de ti. Somos distintas, únicas pero nuestra carne es la misma, soy un trozo de tu carne que se hizo pieza, entera.

Hoy he notado la tristeza en tu voz, la preocupación del tono, temblaba.  Me he dado cuenta porque es una de estas herencias inmateriales que nos suceden, que me has dado, que te dieron, que le dieron y así, no sé, en espiral hasta nuestras madres e hijas, ahora, ancestrales. En estas herencias inmateriales, me hablabas con tu voz sin soltar ninguna palabra de lo que verdaderamente decías. Tu voz decía y callaba. Te lo digo así: tengo miedo, mamá. Te he sentido triste, preocupada, y mi miedo, no pregunta sino calla. Mi miedo conoce lo sagrado, se vuelve discreto y silencioso. Solemne. Mi miedo es tu riña en una Iglesia, que me dice "compórtate" para no enfadar a ningún ente celestial. Se vuelve delicado y cuidadoso. Devoto. Tu riña resuena en la cría que soy, tuya. Aunque mi cuerpo de mujer, sangre. Aunque mi edad me delate, tus arrugas te evidencien pero tu me ves como el trozo ingenuo que una vez fui. Tu riña, puntual, habla sobre este miedo que es un niño, vulnerable. Frágil. Hoy las dos somos las niñas que fuimos, tú por lo que callas y yo, por lo que no pregunto.  

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